I Jornadas de Convivencias y Formación

En estos tiempos que corren de individualismo… nosotros, como buenos seres extraordinarios,
nos propusimos exprimir unos días de montaña en los que conocernos, compartir, y vivir.
Llegamos a un lugar mágico, aunque no al lado de Ainsa, sino de Bielsa: el caserón Baruca. Entre Marboré y Cinca (nuestras habitaciones) repartimos nuestras maletas, y empezamos la aventura.
Esa noche, la risoterapia a manos de Dani nos hizo entrar en calor, hasta que nuestros amigos los belgas acabaron con nuestro festín (Primera noche que no les dejamos dormir).
A la mañana siguiente, la Belganza se sirvió fría. Tras un buen desayuno y pasar de las nubes negras, nos decidimos a salir a la montaña. Por la pista de Larri disfrutamos de la naturaleza de la que formamos parte. Una mañana llena de cascadas, cambios de tiempo y resquicios de nieve; todo capturado por el brazo extensible de Víctor: el palo selfie.
Paramos en una pradera, y allí realizamos otra actividad, con acertijos preparados por Miguel, uno de nuestros queridos veteranos. La clave para todos era la misma, no se trataba de competir para ver quién adivinaba más o antes, sino de compartir para ganar todos. El trabajo en equipo es el mejor camino para conseguir lo que queramos y crecer como humanos. ¿Para qué competir cuando se puede lograr sumando esfuerzos?
Esa tarde de sábado, Irene nos regala un cachito de su experiencia con una formación sobre diversidad funcional (discapacidad) e intervención, complementada con la sabiduría en el campo de la salud de Dani y Andrea. A pesar de la falta de recursos y de luz, lo resumiré con un pensamiento: ojalá todas las exposiciones en clase fueran tan amenas y productivas.
Por la noche, con el talento del chef Murciano, dimos todos un regalo a nuestro estómago con hamburguesas caseras, y a nuestras neuronas con conversaciones trascendentales.
Shhh… los belgas ya están aquí. Un poquito más de debate y a dormir…
Ya llega el día de despedirnos, pero con la calma. Pili nos ayuda a irnos por todo lo grande con una pequeña sesión de yoga. Todos nos convertimos en águilas por un momento. A falta de alas, con imaginar basta para alzar el vuelo…
Vuelta a la realidad. Recogemos las plumas y nos montamos en esos cachivaches con motor y cuatro ruedas.
¡Tranquilos! No hay de qué lamentarse, hemos ganado en recuerdos, tolerancia, y ganas de volver.
Llegamos a un lugar mágico, aunque no al lado de Ainsa, sino de Bielsa: el caserón Baruca. Entre Marboré y Cinca (nuestras habitaciones) repartimos nuestras maletas, y empezamos la aventura.
Esa noche, la risoterapia a manos de Dani nos hizo entrar en calor, hasta que nuestros amigos los belgas acabaron con nuestro festín (Primera noche que no les dejamos dormir).
A la mañana siguiente, la Belganza se sirvió fría. Tras un buen desayuno y pasar de las nubes negras, nos decidimos a salir a la montaña. Por la pista de Larri disfrutamos de la naturaleza de la que formamos parte. Una mañana llena de cascadas, cambios de tiempo y resquicios de nieve; todo capturado por el brazo extensible de Víctor: el palo selfie.
Paramos en una pradera, y allí realizamos otra actividad, con acertijos preparados por Miguel, uno de nuestros queridos veteranos. La clave para todos era la misma, no se trataba de competir para ver quién adivinaba más o antes, sino de compartir para ganar todos. El trabajo en equipo es el mejor camino para conseguir lo que queramos y crecer como humanos. ¿Para qué competir cuando se puede lograr sumando esfuerzos?
Esa tarde de sábado, Irene nos regala un cachito de su experiencia con una formación sobre diversidad funcional (discapacidad) e intervención, complementada con la sabiduría en el campo de la salud de Dani y Andrea. A pesar de la falta de recursos y de luz, lo resumiré con un pensamiento: ojalá todas las exposiciones en clase fueran tan amenas y productivas.
Por la noche, con el talento del chef Murciano, dimos todos un regalo a nuestro estómago con hamburguesas caseras, y a nuestras neuronas con conversaciones trascendentales.
Shhh… los belgas ya están aquí. Un poquito más de debate y a dormir…
Ya llega el día de despedirnos, pero con la calma. Pili nos ayuda a irnos por todo lo grande con una pequeña sesión de yoga. Todos nos convertimos en águilas por un momento. A falta de alas, con imaginar basta para alzar el vuelo…
Vuelta a la realidad. Recogemos las plumas y nos montamos en esos cachivaches con motor y cuatro ruedas.
¡Tranquilos! No hay de qué lamentarse, hemos ganado en recuerdos, tolerancia, y ganas de volver.
Raquel Pérez Lafoz
Voluntaria de Fundación Down
Voluntaria de Fundación Down
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